PUENTE DE VALLECAS
Puente de Vallecas ha sido desde sus orígenes un barrio de acogida, donde han encontrado cobijo muchas personas que buscan salir adelante en medio de la precariedad. Es un barrio entrañable, con sabor a pueblo, donde la gente se conoce y los vecinos se tratan con familiaridad. Desde el comienzo, la población se dedicó preferentemente a la agricultura, con pequeñas huertas, a la ganadería, llegándose a contar más de ochenta vaquerías, que surtían a la capital con sus productos.
Tanto la migración interna de regiones de España (Andalucía, Extremadura y La Mancha, especialmente) en las primeras décadas del siglo XX, como la inmigración latinoamericana, marroquí y de países del Este de Europa a finales del siglo XX y principios del siglo XXI han encontrado en la configuración urbanística de Puente de Vallecas un espacio precario pero adaptado a sus difíciles circunstancias.
En Puente de Vallecas hay viviendo actualmente, 250.000 personas. Vallecas significa “Zona de Valles” seguramente. El auge y crecimiento explosivo se produjo a finales del siglo XIX, debido a la primera oleada de inmigrantes para trabajar en la línea de ferrocarril Madrid-Aranjuez y sus posteriores ampliaciones. En cuarenta años se multiplica por cinco la población de Puente de Vallecas (10.128 habitantes en 1900), mientras que Villa de Vallecas se mantiene estable. La inauguración del metro en 1924, une Puente de Vallecas con el centro de Madrid. Pero nadie se preocupó de ir urbanizando a medida que la población crecía. Creció el comercio entorno al arroyo de Abroñigal (actual M-30) que acogía a los mercaderes y vendedores llegados por la Avenida de la Albufera (que era la antigua A-3, o carretera de Valencia) de los campos y vaquerías del extrarradio por un lado, y a los compradores de Madrid por otro. Tanto era el comercio que florecía en la rivera del arroyo que ahí comenzó la primera sucursal de Caja Madrid. En esa prosperidad, muchas familias llegaban atraídas por las oportunidades que se le brindaban en una economía de trueque y la multiplicidad de negocios que florecían. Muchos llegaban con lo puesto. El amontonamiento dio paso a las infraviviendas y la picaresca. Sin plan urbanístico ni control de ningún tipo, comenzaron los primeros asentamientos de la miseria. Aparecieron las primeras chabolas y construcciones efímeras, que alojaban cada vez a más personas en peores condiciones de higiene, espacio y servicios. Familias enteras se arrinconaban en cuchitriles, compartiendo con otras familias lo poco que tenían.
ORÍGENES DE LA PARROQUIA SAN RAMÓN NONATO
El templo de la parroquia de san Ramón Nonato se comenzó a construir en 1903 y fue terminado en 1907 por deseo de la familia Villota de la Presilla. Don Isidro y doña Ramona decidieron construir el templo en memoria y como lugar de enterramiento de su joven hijo Ramón de Villota, fallecido en 1895. Posteriormente la cedieron al Obispado de Madrid y así pasó a ser la única parroquia del distrito de Puente de Vallecas en 1910. Las más cercanas estaban a 3 kilómetros (Nuestra Señora de las Angustias) y a 5 kilómetros (San Pedro Advíncula). Por eso se convirtió en la referencia de todas aquellas personas que buscaban una oportunidad en la vida por medio del incipiente apogeo del comercio de Puente de Vallecas. Allí acudían a Misa, se bautizaban los niños, comulgaban los pequeños y se casaban los novios. El templo de estilo neo mudéjar, que acogía a las dos grandes devociones del momento, Nuestra Señora del Carmen (patrona de Puente de Vallecas desde 1880) y la Virgen de la Paloma, se convirtió en un espacio pequeño donde se arremolinaba la gente en busca de consuelo y de paz. La imagen de la Virgen del Carmen había estado en una capilla cercana (calle Ramona de la Presilla, hoy Avenida de Monte Igueldo) y se llevó a la parroquia en 1907 a petición de la cantidad de gente que le tenía devoción. La primera procesión solemne de la Virgen del Carmen en Puente de Vallecas data de 1882. La imagen que hoy se venera fue tallada en los talleres de la calle de la Virgen, en el mismo barrio, así como la carroza procesional. Dicha imagen fue un regalo de los católicos de Logroño en 1941.
Los sacerdotes no daban abasto. En medio de la miseria habitaba la luz de la esperanza. A las pobres gentes que se buscaban la vida día a día les acompañaba el consuelo de la Virgen y el amor de Jesús sacramentado. El crecimiento de Puente de Vallecas desde su inicio fue guiado por la fe cristiana. No es una población que naciera al margen de Dios. Al contrario, la fe sencilla y sólida de aquellas familias habitaba en los rasgos sociales y económicos del joven barrio. Un vistazo a los libros parroquiales permite ver la cantidad de bautizos anuales y de bodas que se celebraban en san Ramón.
MOMENTOS IMPORTANTES DE LA HISTORIA PARROQUIAL
Pero la parroquia no se quedaba simplemente en la celebración de la fe. Desarrolló una amplia actividad caritativa desde su fundación. Especialmente llamativa fue la actuación del párroco don Emilio Franco, actualmente en proceso de beatificación. Este fue el segundo párroco, sucediendo a don Olegario de la Puente. Don Emilio, de origen leonés, nació en Santa María del Páramo, animado por una gran fe y una preocupación de la realidad social que veía cada día, promovió la construcción de “La Acacia”, un centro social donde se daban comidas, clases, actividades culturales, catequesis, etc. En sus emocionantes escritos donde describe las dificultades humanas y el empuje de la Providencia divina, que le llevó a desarrollar una atención humana, social y espiritual a miles de personas, se percibe la vida de fe de aquellas personas que formaban Puente de Vallecas. La Providencia guiaba su obra:
“Era un sábado, unas horas antes de abandonar los obreros el trabajo. Como de costumbre se presentó el maestro con la cuenta de la semana, que ascendía a mil seiscientas pesetas. Me faltaban seiscientas pesetas y, lo que era peor, no sabía a dónde acudir. Me encomendé a Dios Nuestro Señor y, con la seguridad de aquel que ya lo tiene en el bolsillo, dije al maestro: “Vuelva dentro de una hora”. Salí en dirección de la calle de Valverde. Allí vivía un señor a quien unos días antes había mandado una circular y aún no había recibido contestación. Me recibió muy afectuoso, y después de cambiar los saludos de rúbrica me dijo estas textuales palabras: “En previsión a que viniera usted en ocasión en que yo no estuviera en casa dejé preparado este sobre y hecho el encargo de que se le entregara a su llegada. Ahí va la limosna que yo dedico a sus obras”. Y me entregó el sobre, no sin antes preguntarme “Y, dígame: ¿qué tal van esos trabajos?” Despacito, despacito, contesté, ocultando el apuro en que me encontraba. No sé qué vería en mí, o que inspiración sintiera, lo cierto es que, abriendo el cajón de la mesa cabe la cual estaba, sacó un billete de quinientas pesetas y al entregármelo me dijo: “Añádalo a la limosna del sobre”. Me despedí de él, y ya en la escalera, no pudiendo resistir a la curiosidad, hija en este caso de la necesidad, abrí el misterioso sobre, y cuál no sería mi asombro al ver que contenía un billete de cien pesetas, que con las quinientas sumaban la cantidad que necesitaba. Visto esto no pude menos de exclamar: ¡Bendito sea Dios! ¡Hay Providencia!” (Emilio Franco, Breve memoria de la fundación de la casa social y colegios parroquiales de la Iglesia de San Ramón de Madrid (Puente de Vallecas) 26 de junio de 1930).
Es cierto que había grupos de extremistas anticatólicos, como en toda España en aquellos momentos, especialmente desde la proclamación de la República, pero el tono general de la gente era una profunda fe y convicciones católicas, concretadas en obras de caridad. Este párroco contaba orgulloso, lo conseguido gracias a la generosidad de la gente del barrio:
“Lo que se ha hecho. Todos lo podéis ver. Un magnifico salón en el cual oyen misa los domingos y días festivos todos esos centenares de niños que antes no podían cumplir con el primero de los preceptos de la Iglesia, por falta de local, y en el cual también podrán cumplir con este deber cristiano un buen número de obreros, apartados de estas prácticas. Una escuela, pobremente dotada, es verdad, pero que no obsta para que en ella reciban por el día cristiana educación unos quinientos niños, y por la noche una legión de animosos jóvenes, al frente de un competente profesorado, del cual forman parte cuatro religiosas salesianas. Lo que resta por hacer. Otra obra acaricio con verdadero cariño no menos importante que la realizada hasta la fecha. Me refiero a la construcción de una Casa Cuna, en la cual tengan maternal acogida ese número incalculable de niños que están abandonados en mitad del arroyo, porque sus pobrecitas madres, viudas en su mayoría, tienen que salir diariamente a Madrid a ganar el pan con el sudor de su frente.” (Id.).
También las “Conferencias de san Vicente Paul” organizaban a los jóvenes universitarios para dar catequesis a los pequeños de Vallecas. Con ellos acudía a la parroquia el beato Álvaro del Portillo, que entonces era un joven estudiante de Ingeniería de Caminos. Acudían los domingos a dar catequesis, ayudando también a las familias de aquellos niños. A veces tenían que recoger a niños abandonados en chabolas.
“Tengo grabada –cuenta Manuel Pérez- en la memoria la imagen de Álvaro, con uno de aquellos (pequeños) entre los brazos, por las calles de Madrid, dirigiéndose al Asilo.” (J.L. García Heras, Josemaría Escrivá y Álvaro del Portillo en el Puente de Vallecas (1927-1931 y 1934), 99).
Estos jóvenes católicos, por dar catequesis y atender a los niños abandonados, se llevaron una buena paliza por parte de radicales anarquistas. El domingo 4 de febrero de 1934, a la salida de las catequesis, rodearon a seis de los universitarios y les agredieron terriblemente. Álvaro se llevó un duro golpe en la cabeza con una llave inglesa. Se escaparon corriendo en el metro (línea 1, recién inaugurada en 1924). Agresiones de este estilo se venían produciéndose desde que en 1931, estalló la Segunda República. Pero los creyentes del barrio no perdieron el ánimo y siguieron adelante con su fe y su caridad. La imagen y las reliquias del beato Álvaro se veneran actualmente en la parroquia.
La guerra civil golpeó con dureza a los fieles católicos de Puente de Vallecas. A los pocos días de estallar la contienda, mataron al sacristán D. Antuliano Serrano y a su hijo de siete años. Al párroco Emilio Franco lo apresaron también y lo fusilaron en Paracuellos del Jarama el 28 de noviembre de 1936. Durante la guerra se dejaban por la calle, a la exposición pública, los cadáveres de los sacerdotes martirizados, etc. El templo se utilizó como almacén del bando republicano y posteriormente como hospital de sangre. Las imágenes sagradas se quemaron. Profanaron los enterramientos de la cripta parroquial. Doña María de la Villota y Diez, una vez terminada la contienda, se encargó de devolver a sus padres y abuelos a las sepulturas originales y restaurar la cripta.
Una vez terminada la guerra civil, comenzó la compleja reconstrucción social del barrio y sus redes internas de comercialización, urbanización, etc. También la parroquia comenzó a moverse. El nuevo párroco don Francisco Navarrete Higueras se ocupó de recuperar el culto y la espiritualidad con el renacimiento de movimientos apostólicos como la Acción Católica, la Adoración nocturna, la Hermandad del Carmen, etc. El llamamiento del Obispo don Leopoldo Eijo y Garay para una atención cristiana a los más sufridos de entre los pobres, atrajo a muchas personas buenas que querían ayudar a sanar las heridas y reconstruir las familias rotas. La previsión del Obispo le llevó a crear más parroquias para atender adecuadamente a las diversas zonas. Así nacieron las parroquias de Dulce Nombre de María, San Diego, Nuestra Señora de la Aurora y Santo Ángel, San Francisco, etc. Posteriormente el Arzobispo Morcillo continuó y profundizó esta estrategia eclesial, promoviendo parroquias cada 5.000 personas. Esta espléndida “Iglesia en salida” hizo un gran bien y todavía hoy seguimos dando gracias por aquella decisión pastoral. De entre las personas que llegaron a atender a los pobres, hay que destacar a la beata Pilar Izquierdo, llegada de Zaragoza. Esta mujer mística, que sufrió tanto por amor a Cristo, desarrolló una amplísima labor catequética y sanitaria con sus fieles hijas. Son famosos los milagros de multiplicación de alimentos (aceitunas) cuando ya no les llegaba para dar de comer a todas aquellas pequeñas bocas que se acercaban a su cobijo. Cuando le pedían datos escribía a D. Lorenzo Millán:
“Desde el día que empezamos a trabajar hasta la fecha llevamos: niños bautizados: seiscientos, y más luego, cien que tenemos para el día de la Virgen. Matrimonios: cuatrocientos cincuenta, más treinta que tenemos para estos días. Niños de comunión: novecientos sesenta y, niñas, mil treinta. Ahora, vienen diariamente doscientos veinticinco y doscientas nueve niñas. Enfermitos que hemos atendido en sus casas: trescientos quince, y, ahora, tenemos veinticinco. A todos estos, lo mismo se les cura que se les limpia y se les hace la comida, si es preciso; se les proporcionan médicos y medicinas, se les plancha y se les cose; en fin, todo. Y más luego, ciento veinticinco que vienen a curarse a casa.” (M. de Santiago, Sufrir y amar, amar y sufrir. Beata Mª Pilar Izquierdo (Bilbao, DDB, 2001) 146.)
Su imagen y sus reliquias se veneran en la parroquia actualmente.
CRECIMIENTO ESPIRITUAL DE LA PARROQUIA
En esos años posteriores a la guerra civil, se desarrolló una intensa catequesis y proliferaron iniciativas espirituales para alimentar la fe de los sencillos. La devoción a la Virgen del Carmen, la Acción Católica, etc., supusieron una renovación de la fe de la gente. Fue contratado como sacristán D. José Vega, llevando actualmente más de sesenta y cuatro años colaborando en la liturgia parroquial. En Puente de Vallecas había mucha fe. A pesar de los inconvenientes que vendrían posteriormente, en los años sesenta y setenta, con la confusión eclesial posterior al Concilio Vaticano II, la fe sencilla estaba arraigada y ningún aire posconciliar consiguió remover los cimientos profundos de los sencillos del Señor.
El local de la “Acacia” se transformó en el Colegio “San Ramón” y posteriormente fue abandonado en los años setenta hasta que el Arzobispado decidió su cambio de utilidad.
Por San Ramón pasaron párrocos a los que recordamos como don Abraham Quintanilla, don Ildefonso Herranz, don José Luis Marín Pérez, hasta el actual don José Manuel Horcajo, junto al vicario parroquial don Lidio Escudero.
Hoy sigue creciendo la vida espiritual de la parroquia con diversas iniciativas, siguiendo las huellas de los que han transmitido la fe. Hay que destacar el grupo “Vida Ascendente”, que lleva funcionando varias décadas. Recientemente surgió la Hermandad del Cristo del Perdón y María Santísima de la Misericordia, promovida por jóvenes del barrio en 2010. También ha arraigado la Fraternidad de san José desde 2014, formada por los mismos pobres del barrio. Y por último la Hermandad de san Ramón Nonato en 2018. Comunidades apostólicas y espirituales como la Comunidad carismática “Kerigma”, la “Acción Católica”, las “Marías del Sagrario”, el “Camino Neocatecumenal” y muchas otras comunidades cristianas configuran una viva comunidad eclesial.
Desde siempre, la parroquia de san Ramón, que ha cumplido ya ciento diez años, ha tenido una especial cercanía al sufrimiento de las personas y se ha destacado por su acción social y caritativa. Al comienzo del año 2014, después de meditar la encíclica del Papa Francisco “Evangelii Gaudium”, se vio la necesidad de ampliar la ayuda de Cáritas llegando más lejos, saliendo al encuentro de las periferias de nuestro barrio. Y así comenzó la actual “Obra Social Familiar Álvaro del Portillo”, que engloba el comedor social “San José”, la Residencia “María de Villota”, el Centro de Orientación Familiar “Nazaret” y hasta un total de cuarenta proyectos en marcha.